“Dios rico en misericordia, es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre”, con estas palabras San Juan Pablo II inicia su encíclica “Dives in Misericordia” a través de la cual quiso mostrarnos el verdadero rostro de nuestro Padre del cielo, el cual “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4).
El Catecismo de la Iglesia católica nos dice que la Santísima Virgen “es verdaderamente Madre de los miembros (del Cuerpo Místico de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes” (CIC. 963). De tal manera que Ella ha estado presente por designio divino en la vida de la Iglesia, animándola desde sus inicios y colaborando en la tarea encomendada a ésta: la salvación de todos los hombres.
La Virgen María es portadora del mensaje de salvación
En Venezuela , desde tiempos coloniales, el proceso de evangelización ha afrontado grandes desafíos. De manera particular, llevar la luz del Evangelio a los pueblos indígenas había resultado imposible por diversos motivos. Entonces, ante estas dificultades, Jesús, cumpliendo su promesa de permanecer en medio de nosotros, confirmando con su gracia la labor de la Iglesia, envió a su Madre Santísima a tierras venezolanas para que así la salvación llegase a todos los moradores de estas tierras, trayendo como fruto la creación de la primera misión indígena venezolana.
El Hno. Nectario María nos relata en su libro “La maravillosa historia de la Virgen de Coromoto” que el Cacique Coromoto y su tribu se había internado en la profundidad de la montaña, buscando evitar de esa manera el contacto con los colonizadores. Según se puede leer en la investigación hecha por el religioso, los pobladores del entorno no habían visto a estos indios en muchos años.
Y es aquí cuando, por un prodigio inconmensurable de la Misericordia Divina, cierto día entre finales del año 1651 y principios de 1652, mientras el Cacique caminaba con su mujer, al “llegar al cruce de una quebrada o de algún río, una hermosísima Señora de belleza incomparable se presenta a los indios, caminando sobre las cristalinas aguas de una plácida corriente. Maravillados, contemplan a la majestuosa Dama, que les sonríe amorosamente y dice al Cacique en su idioma, que saliera a donde estaban los blancos, que le echasen agua sobre la cabeza para ir al cielo”.
Tal fue la efusión de la gracia que recibieron que inmediatamente se dispusieron a cumplir la petición de la “Bella mujer”, aun cuando tal solicitud iba en contra de lo que hasta ese momento eran sus planes y convicciones. Al igual que a Abran, a quien Dios le pidió salir de su tierra y de su patria (Gn 12,1), tanto el Cacique Coromoto como su tribu estaban dispuestos a ir a donde estaban los blancos para recibir el agua y poder ir al cielo.
Sin dudas aquella Mujer les había cautivado, no sólo por su belleza y porque les hablara en su idioma, o por el hecho de que caminara sobre las aguas, sino porque su visita les había llenado del Espíritu Santo, del mismo modo que a Santa Isabel y a San Juan Bautista, cuando esta misma Señora les visitó (Lc. 1, 41). Una efusión que seguramente produjo en los indígenas un movimiento interior irresistible por el inmenso amor que experimentaron, aunado a un anhelo profundo de poder ir al cielo. Ese cielo sin duda debía ser extraordinario pues de allá venía esta Bella Señora, quien les indica el camino para llegar a él: el bautismo; el mismo que Jesús antes de ascender al cielo le encomienda a sus apóstoles al decirles: “id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 19).
Huimos a nuestras propias selvas
Podríamos decir que hoy en día muchos de nosotros hemos huido a nuestras propias montañas o selvas, alejándonos de “los blancos” quienes en el mensaje Coromotano representan a la Iglesia, y confundidos por la oferta que nos hace el mundo de una apariencia de felicidad, ahogamos en nuestro interior la acción del Espíritu que incesantemente renueva en nosotros, de manera delicada, la invitación a ir al cielo. Solemos prepararnos para muchas cosas en la vida temporal, pero dejamos desfallecer nuestras almas en el materialismo, la búsqueda de placeres y de poder.
Al igual que al Cacique Coromoto y su tribu, la Santísima Virgen nos invita a cada uno de nosotros a recibir y vivir nuestro bautismo, a fin de que podamos ir al cielo. Escuchar su dulce y tierna voz nos lleva a emprender un itinerario interior que comienza en la actitud de escucha y aceptación de la invitación de esta Madre amorosa que anhela nuestra salvación eterna, ella nos lleva a su Hijo a través de la Iglesia, quien custodia el “depositum fidei” (depósito de la fe) y es sacramento de salvación para todos los hombres.
Sin dudas, aceptar esta invitación demandará de nosotros muchos cambios. Del mismo modo que los indios de la tribu Coromoto, tendremos que abandonar nuestras “seguridades” y aquellos proyectos de vida que hemos hecho sin Dios. También tendremos que renunciar a ciertas convicciones para acoger el Evangelio de Cristo y hacerlo vida en nuestro interior, y sobre todo necesitaremos abrir humilde y dócilmente nuestros corazones para que el Espíritu Santo pueda obrar en nosotros y transformarnos de tal manera que experimentando el gozo inextinguible del amor de Dios en la tierra, comencemos ya en esta vida a vivir la alegría del cielo eterno.
Escuchemos su dulce voz
Puede resultar abrumador pensar que esta tarea debemos hacerla por nuestros propios medios, sin embargo, debemos ser conscientes de que el Señor Jesús nos ha prometido que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), y Él que es fiel a su palabra la cumple cabalmente. Para ello ha querido quedarse con nosotros en el Santísimo Sacramento, nos ha dejado a su Madre Santísima a fin de que nos guíe y anime en este camino, y a la Iglesia, que como madre y maestra dispensa los sacramentos y predica la palabra de Dios para que “todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 4).
Dejémonos mirar por los tiernos ojos de la Virgen de Coromoto, llenos de luz, amor y misericordia por sus hijos, a través de los cuales nos transmite la belleza y grandeza del amor que es Dios mismo, quien habita plenamente en ella. Dejémonos cautivar por su tierna sonrisa y aceptemos el abrazo de esta Madre de Misericordia que desea consolarnos en nuestras tristezas, curar nuestras heridas y refugiarnos en su Inmaculado Corazón para que de su mano lleguemos a nuestra patria celestial; pues ella es el camino más perfecto, corto y seguro para llegar a Jesús. Escuchemos con atención su dulce y tierna voz, que llena de bondad, nos exhorta a aceptar a Dios en nuestros corazones para vivir desde ahora la felicidad, que consiste en sabernos y sentirnos amados plenamente por Dios y a su vez en amarle por toda la eternidad.
Animados por la confianza, igual que un niño pequeño en su madre, pongámonos en manos de la Santísima Virgen y clamemos con fe y esperanza: “Virgen Santa de Coromoto, patrona de Venezuela, renueva la fe en toda la extensión de nuestra patria”.
Por José Luis Matheus B.
One comment on ““Hemos visto una Bella Señora””
Raiza Flores
Hermoso artículo! Lleno de esperanza y con una invitación única, ir de la Mano de María para encontrar a Aquel que nos dará la paz y nos ayudará a vivir la plenitud desde esta vida 🤩🤩 Bendito Dios
Gracias por escribirlo 🤗