“Y usted ¿qué quiere, mi Bella Señora?”
Desde que era pequeño recuerdo como en la televisión narraban constantemente la historia de la Bella Señora, cada venezolano siente como suya la presencia materna de la Virgen de Coromoto. Nuestro país, en la diversidad de su geografía, está inundado de varias manifestaciones marianas, todas cargadas de gran significado para el lugar de su manifestación. Cuando me pidieron que escribiera este artículo en un mes como el de octubre dedicado a las misiones, vinieron a mi mente las palabras pronunciadas por el Cacique de los indios Cospes “Y usted, ¿qué quiere, mi Bella Señora?”
Me resulta bastante interesante pensar que muchos de los indios Cospes quisieron vivir alejados de los españoles y por ende tampoco aceptaron la religión propuesta. Cuando pienso en la experiencia de esa comunidad indígena, viene a mi mente la misma experiencia que Dios ha tenido a lo largo de la historia con la humanidad. Cómo Dios ha respetado la libertad y la voluntad de cada uno de nosotros para responder con generosidad al llamado que se nos hace. Al principio el Indio Coromoto aceptó de muy buena gana la propuesta de la Bella Señora de ir a donde los blancos a solicitar el Bautizo para poder ir al cielo. Todos nosotros en algún momento de nuestra vida hemos tenido una experiencia de Dios que nos ha invitado a transformar nuestro corazón y a enderezar nuestros caminos, algún sacramento, retiro, confesión, alguna eucaristía, la lectura de algún libro. Muchos de nosotros hemos tenido algún evento que ha transformado nuestra vida cotidiana, y comenzamos a vivir con aires completamente nuevos, con mayor emoción, dedicación, comenzamos a salir de nuestra zona de confort, perdonamos, olvidamos nuestros rencores, en fin, comenzamos a ver la vida desde otra perspectiva.
Pero nos podemos quedar allí en ese efecto tan limitado. Luego de un tiempo de reconciliación y de sanación podemos tener la desafortunada experiencia de olvidar ese evento que nos hizo ver la vida de forma diferente. Eso mismo le ocurrió al Cacique Coromoto. Empezó a sentir disgusto y quiso regresar a su antigua vida. Quise hablar muy brevemente de esta experiencia para que podamos hacer un recuento de cómo Dios nos deja actuar con libertad y con amor. Cómo Dios utiliza muchas personas para que puedan ir construyendo en Reino de Dios aquí en la tierra. Cómo cada uno de nosotros puede hacer una labor extraordinaria en pro de las personas que necesitan acercase a la fe.
La Virgen María de Coromoto, ha tomado los rasgos de nuestras comunidades indígenas para evangelizar desde la realidad de nuestro pueblo. En el proceso de restauración que se llevó a cabo en el año de 2009 se descubrió que la virgen poseía su corona de penachos y plumas, con un rostro más indígena. La verdadera evangelización parte de la realidad de cada pueblo, comprender sus costumbres, su historia, sus sufrimientos y alegrías. Poder entender que cada pueblo posee una identidad y desde su realidad poder ofrecer una propuesta evangélica que le permita transformar su vida y poder cumplir un mejor rol en la sociedad. Particularmente me costó un poco comprender que Dios se manifiesta de una forma particular en cada pueblo y en cada nación. Quisiera compartir un poco con ustedes lo que ha significado para mí adaptarme a la vivencia de evangelizar una comunidad indígena.
¿Cómo encontrar a Dios en un cementerio Wayúu?
En nuestro pueblo todo es diferente, hay que aplicar muy bien las palabras de Jesús en el Evangelio “cada día tiene su propia preocupación”, si no fácilmente podemos ser víctimas del pesimismo y del desánimo. Para un alijuna, llegar a vivir en un sistema de costumbres y creencias distintas a las que se crio de niño es un reto, aunado a eso llevar un mensaje de esperanza y de evangelización también se vuelve cuesta arriba en una sociedad donde lo malo es normal y lo bueno se ve como algo extraordinario.
En la ciudad, usualmente, a la figura del Sacerdote la asociamos al templo parroquial. Vamos a misa y el padre oficia los actos litúrgicos para sus feligreses. Si las personas si tienen alguna intención en particular llegan al despacho parroquial, anotan sus intenciones y todos se congregan en el templo para la celebración eucarística. Si alguna familia es cercana al sacerdote lo puede invitar a su casa para una bendición o una comida, compartir un rato con el padre, pero usualmente el padre siempre se encuentra en su Iglesia.
Pero en nuestro pueblo todo es diferente. Cuando Mons. Ubaldo Santana, hoy arzobispo emérito de Maracaibo, me comunicó su decisión de enviarme para Guarero, entre sus varios consejos y misiones, me dijo: “no hagas folklore sino inculturiza el Evangelio. Es decir, desde su realidad, muéstrales al Dios revelado”. Y sinceramente eso es lo que he querido hacer.
Los primeros meses en el pueblo fueron días difíciles. No tanto porque me cayó la cerámica del baño en la cabeza el primer día que llegué o porque duramos dos meses sin fluido eléctrico en el sector de la iglesia o porque los recursos económicos eran muy escasos, sino porque, la verdad, no lograba entender el pensamiento y la mentalidad del Wayúu. Sin embargo, poco a poco, el contacto en las comunidades y con la feligresía fue una gran oportunidad para familiarizarse con el ambiente. Y no se puede hacer una buena evangelización si no se conoce y se entiende el entorno y contorno que te rodea.
Ya conocía un poco acerca de la cultura porque los siete años sacerdotales que voy a cumplir los he pasado en la Vicaria Episcopal para la Guajira. Aquí, en esta tierra bendita y rica, si se vive la cultura, no sólo se expresa, sino que se siente y hasta en algunos aspectos te sientes parte de ella. Una de las notas características de la vida pastoral de nuestra parroquia son las celebraciones en las casas y/o cementerios. En este punto el wayúu es muy insistente. Si por alguna razón uno alega que no puede ir porque ese día está muy ocupado, ellos buscarán la manera de que uno llegue a su cementerio. Para ellos es importante contar con la presencia del sacerdote o de alguien que les hable de la palabra de Dios y que rece por el eterno descanso del alma de su difunto.
Recuerdo que, en mis tiempos de seminarista, estábamos en un encuentro ecuménico y un sacerdote contó la experiencia de que, en la Guajira, estaban en una actividad de evangelización unos jóvenes pertenecientes a una iglesia pentecostal y otros a un movimiento católico. En el compartir que se llevó en conjunto llega una anciana wayúu buscando a un padre para que le hiciera la misa de su hijo. El sacerdote, a modo de broma, le dijo: “Aquí hay un sacerdote católico y un pastor pentecostal. ¿Cuál de los dos quiere que vaya?” La señora de le respondió: “Lo importante para mí es que recen por mi hijo y le bendigan su tumba, cualquiera que vaya bienvenido sea”. En ese momento lo tomé a modo de broma, pero, cuando llegue al pueblo, me di cuenta de la importancia que tiene para ellos que uno, como figura sacerdotal, se acerque a sus cementerios. Sin embargo, la anciana en sus palabras dejo ver otra realidad “cualquiera que vaya”. Muchas veces cuando en una familia delegan a alguien para buscar al padre, literalmente, lo tienen que sacar de donde está, si llegan a la parroquia y no me encuentran (porque hay familias que todo lo dejan para última hora), me buscan por el pueblo. Si no me consiguen, se van a Paraguaipoa. Si no consiguen al padre allá, buscan a quien sea, pero tienen que llegar con alguien que, por lo menos, les haga una oración por su difunto.
Aquí se puede tener la tentación de decir “las misas serán en la Iglesia”, y puede que algunas familias acepten, sin embargo, vendrán al templo unas pocas personas en comparación a las que se pueden encontrar en las casas. Aquí llegamos al primer indicio de cómo encontrar a Dios en un cementerio wayúu. Jesús en su proceso de evangelización fue una figura muy pública. Si uno pone atención a la vida cotidiana de Jesús, lo vemos en ambiente familiares, las bodas de Caná, visitando a Zaqueo, a sus amigos de Betania; se sentaba a comer con publicanos y pecadores. El quehacer cotidiano se convierte en el primer indicio para encontrar a Dios o Maleiwa, como le dicen los Wayúu. En la cercanía que debemos tener con los hermanos, en salir de nuestra zona de confort para llegarles con un mensaje de esperanza a los hermanos que casi nunca vienen. Para mí es una oportunidad muy grande de evangelización llegar y saludar a los que están en el cementerio, tomarme un café (cosa que es obligatoria. Puedes tener una misa a las 3:00 pm y llegan y te dicen “padre un cafecito para el calor”). Hablar un poco con ellos y, luego, comenzar la celebración. El wayúu es muy callado, sin embargo, es un observador por excelencia; te estudia, examina y está pendiente de tus expresiones y actitudes. Por ello, las muestras de familiaridad y cercanía son importantes. Encontramos de esa manera a Dios en el rostro de tantos hermanos que, aunque ellos no lo vean así, están muy necesitados de la palabra de Dios. Lo encontramos en esos lugares que no son muy tradicionales para la evangelización.
Las celebraciones que se realizan se convierten en una oportunidad extraordinaria de llevar a Cristo a los fieles. Pocos comulgan, pero todos te van a escuchar. Un día, en una celebración, estaba predicando y un señor estaba acostado en su chinchorro; además, tenía el sombrero encima de la cara. La verdad pensé que estaba durmiendo y justo estaba al lado del improvisado altar donde celebraba la Eucaristía. En un determinado momento, lanzó una pregunta y sólo escucho los sonidos de fondo de los grillos. Vuelvo a preguntar y el único que responde es el señor que estaba acostado. Puede que sus actitudes no digan mucho, pero ellos están allí escuchando todo lo que dices. Por eso, no sólo voy al cementerio porque es una tradición o “para ser chévere”, sino porque es una oportunidad de orar por una familia, de estar en contacto con ellos, para llevar un mensaje de esperanza, para comunicarles al mismo Cristo, para hacerles ver que, en su vida cotidiana, Maleiwa se hace presente, los acompaña y los bendice.
Otro indicio de encontrar a Maleiwa en un cementerio wayúu es comprender su cosmovisión y su concepto de eternidad, el wayúu es muy celoso con sus familiares que han partido a Jepira (el lugar de la eternidad para el wayúu). El día de su despedida se hace en medio de una celebración. Todo animal que se sacrifica, toda comida que se reparte son llevados, espiritualmente, por el alma de la persona difunta para encontrarse con sus antepasados. Esa es la razón de la comida y bebida que se reparte. Por cierto, la chicha no la mastican como nos hacen creer en la ciudad. Así que, si alguna vez le dan un vaso de chicha, tómelo con confianza. Por lo antes expuesto, podemos darnos cuenta de que hay para el wayúu una idea muy arraigada de eternidad. Saben bien que son una creación de Maleiwa y que al final de su vida retornarán a su creador celestial. Sobre esta base de creencias, hay una gran apertura al mensaje evangélico. El reto aquí es que ellos, a lo largo de su vida terrenal, puedan encontrarse con su creador y vivir de la mano de Dios. Encontramos a Dios en sus sencillas manifestaciones culturales y en cada corazón que necesita fortaleza para seguir su día a día.
Como pueden notar es una cultura muy arraigada en el culto a sus difuntos. Tanto así que el viernes santo se le hace el velorio wayúu al mismo Jesús. Recuerdo que, cuando era niño, en mi casa el viernes santo se vivía de manera diferente a todos los días del año. Ese día murió el Señor, así que, literalmente, era un día de luto. Recuerdo que nos dejaban ver televisión en silencio porque no se podía escuchar nada, la comida era diferente y poquita porque había que hacer ayuno, la casa siempre estaba en silencio, hasta los mayores nos decían que habláramos poco y no podíamos jugar siquiera. Nos bañábamos temprano y las 3:00 de la tarde se echaba sahumerio por la casa. Esos momentos los recuerdo con mucha claridad. Tanto, que se volvió costumbre que todos los viernes santos se hace el ayuno y se está con mucha sobriedad esperando la Resurrección del Señor.
Cuando llegué al pueblo, todo el mundo me hablaba del Velorio Wayúu de Jesús. La verdad tenía mucha exceptiva sobre eso. Pero resulta que el primer año que estuve aquí, el viernes santo en la mañana no había nada que ofrecer a las personas que vinieran a participar ese día. Todos decían que se mataban animales, que había mucha comida, que venía mucha gente. Pero yo no tenía ni un kilo de arroz en la casa. Así que ese día en la mañana salí a hacer lo que mejor sé hacer en el pueblo aparte de celebrar misas: caminar. Les llegué a algunas familias y decía lo siguiente: “ha muerto mi hermano, no tengo dinero para enterrarlo ni para ofrecer nada en su velorio, así que estoy caminando por el pueblo para recoger algo y ofrecer”. La gente quedaba extrañada. Primero pensaba que por qué iba a enterrar a mi hermano aquí si yo no tengo familia wayúu. Una señora me preguntó de qué murió. Yo le dije que era una muerte injusta y cruel, que hasta una lanza le había traspasado el pecho, que era viernes santo y que Jesús, mi hermano, había muerto ese día. A lo que la señora respondió “tú y tus cosas, cura”. En esa casa me dieron desde los huesos para la sopa, arroz, verduras, de todo… Y … Y sólo en dos horas visité alrededor de cinco o seis casas. Esa noche matamos dos ovejos y se repartió comida para muchas personas.
Imaginen ustedes el impacto que fue ese día para mí, ante la confrontación entre la idea del viernes santo con la que había crecido y lo que viví ese día. Para mí es el día más bonito que pasamos en el pueblo. Después de la celebración litúrgica, los jóvenes de la comunidad realizan un vía crucis viviente que termina con la estación donde muere Jesús. Lo traemos en procesión hasta la Iglesia y allí comienza el velorio. Durante el velorio se hace la meditación de Las 7 palabras de Jesús y, en medio de ese velorio a nuestro Señor, el pueblo wayúu le rinde honores a su creador. Así que el frente de nuestro templo parroquial se convierte en un cementerio como los tantos que nos toca visitar.
¿Es posible encontrar a Dios en un cementerio wayúu? Claro que sÍ. Sobre todo, si encontramos a Dios en la sencillez de tantas personas, en el wayúu que, aunque no comprenda mucho de nuestra religión y de nuestras costumbres hace un gran esfuerzo para llevar a un padrecito para que visite a sus seres queridos que han ido a Jepira. Cuando el mismo Maleiwa experimentó la muerte y reposó, incluso, tres días en el sepulcro para enseñarnos que la muerte es sólo un tránsito a la vida eterna. Que nunca perdamos la sencillez y la alegría de reconocer a Dios en cada circunstancia de nuestra vida.
“Todos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” Hch. 1, 14.
He querido compartir con ustedes esta experiencia de fe, una de las tantas que nos toca vivir y actuar en esta porción del pueblo de Dios. La Santísima Virgen María nos da todas las herramientas posibles para que llevemos el mensaje de esperanza y salvación. Ella fue la primera discípula del Señor, perseveró con los apóstoles en ferviente oración. María de Coromoto nos enseña cómo llegar con docilidad y amor a cumplir la misión de Dios aquí en la tierra.
María de Coromoto sigue mirando a sus hijos con ojos de amor y de misericordia. Ojalá cada uno de nosotros pueda reconocer a Dios en el rostro de tantas personas que sufren. Que nuestra mirada esté siempre puesta en las cosas de cielo, que al igual que María podamos ser discípulos y misioneros en medio de un mundo que sufre tantas injusticias y dolores en medio de esta pandemia.
Pbro. Alberto Quintero
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